miércoles, 28 de junio de 2017

Heredera de fuego, Sarah J. Maas



Título: Heredera de fuego
Título original: Heir of Fire
Autor: Sarah J. Maas
Género: Juvenil, fantasía, romántica, acción
Saga: Saga Trono de Cristal #3
Editorial: Alfaguara 
Nº de páginas: 699
Precio: 14,57 €
ISBN: 978-607-314-068-3


Sinopsis:
ELLA ES LA HEREDERA DE CENIZA Y FUEGO, Y NO SE DOBLEGARÁ ANTE NADIE.
Celaena Sardothien ha sobrevivido a mortíferos combates y a la demoledora experiencia del desamor, pero a un costo indescriptible. Ahora debe viajar a una nueva tierra para enfrentar su más oscuro pasado, una verdad sobre su historia que podría darle un vuelco a su vida, y a su futuro, para siempre.
Mientras tanto, brutales y monstruosas fuerzas se van reuniendo en el horizonte e intentan esclavizar su mundo, Para derrotarlos, Celaena debe hallar la fortaleza no sólo para combatir a sus propios demonios internos, sino para vencer al mal que está a punto de desencadenarse.
La asesina del rey enfrenta el desafío de un destino aun más importante y arde con un resplandor más impresionante que nunca antes en esta continuación del bestseller Corona de medianoche.


Opinión personal:

Advertencia: Esta reseña puede contener spoilers de los libros anteriores

¡He vuelto Heroes! ¡Y no sabéis lo feliz que estoy por eso!

Heredera de fuego, es la tercera parte de la Saga Trono de Cristal, y al igual que sus dos anteriores libros, sigue narrada en tercera persona.

Celaena ha llegado donde vive su tía Maeve, por órdenes del rey, aunque quién hurdió este plan fue el capitán de la guardia, Chaol. Celaena en el reino de su tía, tiene otros planes distinto al rey de Adarlan, pero si quiere saber las respuestas a sus preguntas, deberá enfrentar sus propios miedos.



En la anterior entrega, nos encontrábamos con una trama principal y otras secundarias, en cambio en esta, hay algunas tramas que aunque no fuera principales tenían mucha información.

Celaena sigue siendo la principal protagonista, por lo tanto es a partir de su trama que conocemos personajes nuevos y debo decir que uno de ellos me encanto. 
Aunque la relación que tenía al principio Celaena con él/ella era un tira y afloja, en el sentido haber quien dice la primera tontería o lanza el primer puño (Muy bonito todo).
Es una relación muy bien construida, te la crees, porque lees como empieza,como va avanzando y desarrollándose.

A diferencia de otra relación que no me he creído desde el principio... Se trata de Dorian, con otro/a personajes que conocemos en este libro. No me ha quedado claro en que momento se han empezado a tener tanta confianza, me han faltado más capítulos para llegar a creérmela. 
A parte de eso, Dorian en este libro ha sido un personaje que no tenía mucho peso, tenía algunos momentos importantes...pero nada más. Y es una pena, porque me hubiera gustado saber más de él, ya que la evolución que tuvo en Corona de medianoche, me gusto.

Chaol en cambio tiene más capítulos en los que aparece y sus acciones tienen más peso, porque él también conocerá un/a nuevo/a personaje, con el que le he cogido afecto, mientras iba leyendo más de él/ella. 
También debo decir que Chaol hay ratos que me caía bien y otro mal, así que sinceramente al finalizar el libro no se que sentir por él. Y la razón de mi indecisión es por su forma de pensar, todos sabemos que las personas tienen cosas buenas y malas, y por lo tanto debemos aceptarlas con ellas dos, pero parece que esto a Chaol le cuesta.

Hay otro personaje que esta muy presente, y aunque no se hayan visto la repercusión de sus acciones en este libro, no dudo que no las vaya a conocer en la Reina de las sombras, libro que quiero sí o sí.

La razón porque he estado mucho tiempo con este libro, no ha sido porque no me gustase, aunque debo decir que la introducción la encontrado larga, pero es porque haya muchas tramas. Eso sí, cuando he podido volver a pillar el libro en mis manos no le he dejado, porque aunque la acción no te la encuentras por las 500 paginas, vas descubriendo misterios y si tienes las antenas bien puestas, quizás cuando llegues al final del libro, ya sabrás que lo tiene que decir Celaena.

Otra cosa IMPORTANTE, tened paciencia, porque este libro tiene bastantes errores en la traducción, así que seguramente tendréis que releer algunos párrafos, espero que en el siguiente libro no haya tantos errores. 

¡Esperaré con ansias Reina de las sombras!

PUNTUACIÓN:

sábado, 10 de junio de 2017

Las primeras 50 páginas de Lord of Shadows en ESPAÑOL

Actualizado 13/08/17

¡Hola Heroes!

¿Cómo estáis? Yo desaparecida, aunque pronto espero dejar de estarlo y subiros una reseña, porque encuentro mucho a faltar leer un libro y subiros la reseña. 

Así que como disculpas os traeré las primeras 50 páginas de LORD OF SHADOWS en ESPAÑOL, traducido por mí, creo que esto se esta haciendo tradición traeros algo traducido de la saga de Cazadores de Sombras hahahah o sinceramente espero que se haga tradición.

Después de un buen tiempo, por fin os traigo el PRIMER, SEGUNDO y TERCER CAPÍTULO, en resumen, aquí tenéis las PRIMERAS 50 PÁGINAS DE LORD OF SHADOWS.

Avisaré por Twitter (que lo podéis encontrar a la parte derecha) y quizás por Instagram (que también esta al lado derecho).
Sabréis que hay contenido nuevo, cuando en esta misma entrada encontréis en la parte superior esto: Actualizado día/mes/año.

Me encantaría saber vuestra opinión acerca de las cosas que traduzco, si os gusta Cazadores de Sombras tanto como a mí y ¡sobretodo si disfrutáis de lo que traduzco para vosotros/as!


1

Aguas tranquilas


Kit había descubierto recientemente lo que era un mayal (1), y ahora había un estante de ellos, colgando encima de él, brillantes, puntiagudos y mortales.

Nunca antes había visto nada semejante en la sala de armas del Instituto de Los Ángeles. Las paredes y suelos eran de un color granito de plata blanca, y las islas de granito rosa se elevaban a través de la habitación, haciendo que todo el lugar fuera como una exhibición de armas y armaduras en un museo. Había báculos y mazas, bastones para caminar inteligentemente diseñados, collares, botas y chaquetas rellenas disimuladamente de cuchillos delgados y planos preparados para apuñalar y lanzar. Los luceros del alba (2) estaban cubiertos por peligrosos clavos, y había distintos tipos y tamaños de ballestas.

Las islas de granito estaban repletas de instrumentos brillantes, tallados en adamas, una sustancia parecida al cuarzo, que los cazadores de sombras extraían de la tierra y que solo ellos sabían convertirla en espadas, cuchillas y estelas. Cosa que le parecía más interesante a Kit que el estante que sostenía las dagas.

No tenía un particular deseo en aprender cómo se debían usar las dagas - nada más allá del interés general que imaginaba que la mayoría de adolescentes tenían en las armas mortales, pero aun así, preferiría una ametralladora o un lanzallamas. Pero las dagas eran una obra de arte, sus empuñaduras con incrustaciones de oro, plata y gemas preciosas - zafiros azules, rubíes en cabujón (3), patrones en forma de espinas, brillantes, grabadas en platino y diamantes negros.

Podía pensar en al menos tres personas que en el Mercado de las Sombras las comprarían por una buena suma de dinero, sin hacer ninguna pregunta.

Quizás cuatro.  

Kit se quitó la chaqueta de mezclilla que llevaba - no sabía a cuál de los Blackthorn había pertenecido; se había despertado la mañana de después que había ido al Instituto, para encontrar una pila de ropa recién lavada a los pies de su cama - se había puesto la chaqueta acolchada y se había encogido de hombros. Se miró en el espejo del otro lado de la habitación. El pelo rubio estaba despeinado, y el último moretón estaba desapareciendo de su piel pálida. Abrió la cremallera del bolsillo interior de la chaqueta y la empezó a llenar de dagas enfundadas, escogiendo las que tenían las empuñaduras más sofisticadas.

La puerta de la sala de armas se abrió. Kit soltó la daga que estaba en la estantería y se dio la vuelta rápidamente. Había pensado que se había ido de la habitación sin que nadie lo notase, pero si había una cosa de la que se había dado cuenta en este breve tiempo en el Instituto, era que Julian Blackthorn se daba cuenta de todo, y sus hermanos no se quedaban atrás.

Pero no era Julian. Era un hombre joven que Kit no había visto antes, pero algo en él, se le hacía familiar. Era alto con el pelo rubio revuelto y su constitución de cazador de sombras era - ancho de hombros, brazos musculosos, y las líneas negras de las runas lo protegían desde el cuello hasta los puños de la camisa.

Sus ojos eran de un color oro oscuro inusual.  Llevaba un pesado anillo de plata en un dedo, como lo hacían muchos cazadores de sombras. Arqueó una ceja mirando a Kit.

“Me gustan las armas, ¿y a ti?” dijo él.

“Están bien.” Kit retrocedió un poco hacía una de las mesas, esperando que las dagas del bolsillo interior no sonaran.

El hombre se movió hacía la estantería que Kit había inspeccionado y cogió la daga que había dejado caer. “Cogiste una buena,” dijo. “¿has visto la inscripción de la empuñadura?”

Kit no la había visto.

“Fue hecha por una de los descendientes Wayland, Smith, también hizo Durendal y Cortana.” El muchacho hizo girar la daga entre sus dedos antes de colocarla en el estante. “Nada es más extraordinario que Cortana, pero las dagas como estas siempre regresan a tus manos después de lanzarlas. Conveniente.”

Kit se aclaró la garganta. “Deben valer mucho,” dijo él.

“Dudo que los Blackthorns tengan prevista venderlas,” dijo secamente. “Soy Jace, por cierto. Jace Herondale.”

Hizo una pausa. Parecía estar esperando una reacción, que Kit no estaba dispuesto a darle. Conocía el apellido Herondale. Era la única palabra que se le había dicho estas dos últimas semanas. Pero eso no quería decir que quisiera darle al hombre - Jace - la satisfacción de lo que claramente estaba buscando.

Jace permaneció tranquilo ante el silencio de Kit. “Y tu eres Christopher Herondale.”

“¿Cómo lo sabes?” dijo Kit manteniendo la voz plana y poca entusiasta. Odiaba el apellido Herondale. Odiaba la palabra.

“Parecido familiar,” dijo Jace. “Nos parecemos. De hecho, te ves como los dibujos de muchos Herondales que he visto.” Hizo una pausa. “Y también porque Emma me envió una foto tuya.”

Emma. Emma Carstairs había salvado la vida de Kit. No habían hablado mucho desde - la muerte de Malcolm Fade, el Gran Brujo de Los Ángeles, desde ese momento todo había sido un caos. No había sido la máxima prioridad de nadie, además tenía la sensación que pensaban en él como un niño pequeño. “Bien. Soy Kit Herondale. Ya me han dicho esto, pero esto no significa nada para mí.” Kit presionó los dientes con fuerza. “Soy Rook. Kit Rook.”

“Sé lo que te dijo tu padre. Pero eres un Herondale. Y eso significa algo."

“¿Qué? ¿Qué significa?” exigió Kit.

Jace se apoyó en la pared de la sala de armas, justo debajo de una exposición de espadas pesadas. Kit esperaba que una de ellas se cayera en su cabeza. “Sé que eres consciente acerca de la existencia de los cazadores de sombras,” dijo Jace. “Muchas personas son especialmente subterráneos y mundanos con la visión. Seguramente pensabas que eras uno de ellos, ¿correcto?”

“Nunca pensé que era un mundano,” dijo Kit. ¿Ninguno de los cazadores de sombras sabía cómo sonaba cuando se usaba esa palabra?

Sin embargo, Jace lo ignoró. “La sociedad y la historia de los cazadores de sombras - no eran cosas que la mayoría que no eran nefilims sabían. El mundo de los cazadores de sombras está formado por familias, y cada una de ellas tiene un apellido que aprecian. Cada familia tiene una historia, que se pasa de generación en generación. Llevamos el honor y las cargas de nuestros apellidos, lo bueno y lo malo que nuestros antepasados han hecho, durante toda nuestra vida. Intentamos estar a la altura de nuestros apellidos, para que así, aquellos que vienen después de nosotros tengan cargas más ligeras.” Cruzó los brazos encima del pecho. Sus muñecas estaban cubiertas de marcas; uno de ellas parecía un ojo abierto en el dorso de su mano izquierda. Kit se había dado cuenta que todos los cazadores de sombras tenían uno. “Entre los cazadores de sombras, tu apellido es muy significativo. Los Herondales han sido una familia que ha determinado los destinos de cazadores de sombras por generaciones. No quedan muchos de los nuestros - de hecho, todos pensaban que era el último. Solamente Jem y Tessa tuvieron la fe de que tu existías. Te estuvieron buscando durante mucho tiempo.”

Jem y Tessa. Junto con Emma, habían ayudado a Kit a escapar de los demonios que habían asesinado a su padre. Y le contaron una historia: la historia de un Herondale que había traicionado a sus amigos y luego había huido, comenzando una nueva vida lejos de los nefilims. Una nueva vida y una nueva línea familiar.

“He escuchado acerca de Tobias Herondale,” dijo Kit. “Así que soy descendiente de un gran cobarde.”

“Las personas son imperfectas” dijo Jace.  “No cada miembro de nuestras familias era genial. Pero cuando vuelvas a ver a Tessa de nuevo, te podrá contar acerca de Will Herondale. Y James Herondale. Y de mí, por supuesto,” agregó modestamente. “El cazador que sombras que ha llegado más lejos, soy grandioso. No trato de intimidarte.”

“No me siento intimidado,” dijo Kit, preguntándose si el chico era real. Había algo en los ojos de Jace que no le permitía saber cuándo estaba hablando en serio, era difícil saber cuándo lo hacía. “Quiero que me dejes solo.”

“Sé que hay mucho que digerir,” dijo Jace. Extendió la mano para palmear la espalda de Kit. “Pero Clary y yo estaremos aquí para lo que…”

Al palmearle la espalda cayó una de las dagas que estaban en el bolsillo de Kit. Se estrelló contra el suelo en medio de ellos, desde abajo el piso de granito parecía mirarle acusadoramente.

“Bien,” dijo Jace, luego se quedó en silencio. “Así que estabas robando las armas.”

Kit sabía que no servía de nada negarlo, así que no dijo nada.

“De acuerdo, mira, sé que tu padre era un delincuente, pero ahora eres un cazador de sombras y… espera, ¿qué más hay en esta chaqueta?” exigió Jace. Hizo como una especie de patada con el pie izquierdo, lanzando la daga hacía arriba. La cogió con cuidado, los rubíes de la empuñadura brillaban. “Quítatela.” 

Silenciosamente, Kit se quitó la chaqueta y la tiró encima de la mesa. Jace miró adentro y abrió el bolsillo interior. Ambos contemplaron en silencio el destello de los cuchillos y el de las piedras preciosas.

“Así,” dijo Jace. “Que estabas planeado huir, ¿cogiéndolas?”

“¿Por qué debería quedarme?” explotó Kit. Sabía que no tenía que haberlo dicho, pero no había podido evitarlo, era demasiado: la pérdida de su padre, su odio al Instituto, la petulancia de los nefilim, sus demandas para que aceptara su apellido, el cuál no le importaba ni quería que le importase. “No pertenezco a este lugar. Puedes decirme todo lo que quieras acerca de mi apellido, no significa nada para mí. Soy el hijo de Johnny Rook, He entrenado toda mi vida para ser como mi padre, no como . No te necesito. No necesito a ninguno de vosotros. Todo lo que necesito es un poco de dinero para empezar de nuevo, y así instalar mi propia tienda en el Mercado de las Sombras.”

Los ojos dorados de Jace se estrecharon, y por primera vez, Kit vio bajo la arrogante y burlona fachada, el brillo de una aguda inteligencia. “¿Y vender qué? Tu padre vendía información. Le costó años y mucha magia mala construir estas conexiones. ¿Quieres vender tu alma de este modo?, ¿así quieres ganarte la vida, al borde del Submundo? ¿Y qué hay de lo que mató a tu padre? Viste morirle, ¿verdad?”

“Los demonios…”

“Sí, alguien los envió. El Guardián podría estar muerto, pero no significa que alguien no te esté buscando. Tienes quince años. Podrías pensar que quieres morir, pero confía en mí - no lo haces.”

Kit tragó. Trató de imaginarse detrás del mostrador de la tienda en el Mercado de las Sombras, como lo había hecho durante los últimos días. Pero la verdad era que siempre había estado seguro en el Mercado, porque estaba su padre. Porque la gente temía a Johnny Rook. ¿Qué le pasaría a él si estaba allí, sin la protección de su padre?

“Pero no soy un cazador de sombras,” dijo Kit. Miró alrededor de la habitación, millones de armas, pilas de adamas, el equipo, la armadura y los cinturones de armas. Era ridículo. No era ningún ninja. “Ni tan siquiera sabría cómo empezar a ser uno.”

“Dale otra semana,” dijo Jace. “Otra semana al Instituto. Date una oportunidad a ti mismo. Emma me contó cómo peleaste contra esos demonios que mataron a tu padre. Sólo un cazador de sombras podría haberlo hecho.”

Kit apenas se acordaba de luchar contra los demonios en la casa de su padre, pero sabía que lo había hecho. Su cuerpo había tomado el control, y había luchado, e incluso aunque solo fuera un poco, de alguna manera extraña, lo había disfrutado.

“Esto es lo que eres,” dijo Jace, “Eres un cazador de sombras. Parte ángel. Tienes la sangre de los ángeles corriendo por tus venas. Eres un Herondale. Que, por cierto, significa que eres parte de una familia increíblemente atractiva, pero también eres parte de una familia que posee una gran cantidad de bienes valiosos, incluyendo una casa en Londres y otra casa solariega en Idris, a la cuál supongo que sabes que te pertenece. Ya sabes, si te interesa.”

Kit miró el anillo que tenía Jace en su mano izquierda. Era de plata y se veía antiguo. Valioso. “Estoy escuchando.”

“Lo que te estoy diciendo es que le des una semana. Después de todo - Jace sonrió - “Los Herondales no podemos resistirnos a un reto.”



“¿Un demonio Teuthida?” dijo Julian por el móvil, arrugando las cejas. “Eso es básicamente un calamar, ¿verdad?”

La respuesta era inaudible, Emma podía reconocer la voz de Ty, pero no las palabras.

“Sí, estamos en el muelle,” Julian continuó. “No vemos nada por el momento, pero recién hemos llegado. Lástima que no haya un lugar para que los cazadores de sombras aparquen por aquí…”

La mente de Emma estaba centrada en la voz de Julian. Iba mirando por los alrededores. El Sol ya se estaba poniendo. Siempre le había gustado el Muelle de Santa Mónica, desde que era pequeña y sus padres la habían llevado allí para jugar al hockey de mesa y subir al viejo tiovivo. Le había encantado la comida basura - hamburguesas y batidos, almejas fritas y piruletas gigantes - y Pacific Park, el parque de diversiones deteriorado en el extremo del muelle, con vistas al Océano Pacífico.

Los mundanos habían invertido millones de dólares en la renovación del muelle, para que fuera una atracción turística durante años. Pacific Park era totalmente nuevo, con paseos resplandecientes; los viejos carros de churros se habían ido, remplazados por helados artesanales y platos de langosta. Pero el suelo de madera bajo los pies de Emma permanecía deformado por los años de Sol y sal.  El aire seguía oliendo a azúcar y a algas marinas. La música mecánica del viejo tiovivo continuaba sonando en el aire. Todavía había juegos en los que echabas monedas y podías llegar a ganar un oso panda gigante. Y aún, bajo el muelle, en los lugares más oscuros, los mundanos que no tenían ningún objetivo, se reunían a veces para hacer cosas siniestras. 

Esto era ser un cazador de sombras, pensó Emma, mirando la enorme rueda de la fortuna, decorada con brillantes luces LED. Una línea de mundanos ansiosos debajo del muelle; más allá de la barandilla podía ver el mar azul oscuro que se convertía en espuma blanca cuando las olas chocaban. Los cazadores de sombras veían la belleza en las cosas que los mundanos habían creado - las luces de la rueda de la fortuna reflejándose en el océano tan brillantes, que parecía como si alguien estuviera encendiendo fuegos artificiales bajo el agua: rojo, azul, verde, lila y oro - pero ellos veían la oscuridad, el peligro y el deterioro.

“¿Qué está mal?” preguntó Julian. Deslizó el móvil dentro del bolsillo de su chaqueta. El viento - siempre hacía viento en el muelle, provenía del océano y soplaba sin cesar, olía a sal y a lugares lejanos - acarició las suaves ondas de su cabello castaño, al igual que sus mejillas y sienes.

Pensamientos oscuros, quería decir Emma, pero no lo hizo, solo lo pensó. Julian una vez fue la persona a la cual le explicaba todo. Ahora era el tipo de persona que no le contaba nada.

Evitó su mirada. “¿Dónde están Mark y Cristina?”

“Por ahí,” señaló Julian. “Por el juego de los aros.”

Emma siguió su mirada hacía el brillante puesto, donde la gente competía para ver quién podía lanzar un anillo de plástico y encertar alrededor del cuello de una de las docenas de las botellas alineadas. Trató de no sentirse superior al ver la dificultad que tenían los mundanos para encertar.

El medio hermano de Julian, Mark, sostenía tres aros de plástico en su mano. Cristina, con su pelo oscuro recogido pulcramente en un moño, comía palomitas con caramelo y se reía. Mark tiró los anillos: los tres a la vez. Cada uno de ellos giró a distintas direcciones y cayeron alrededor del cuello de la botella. 

Julian suspiró. “Demasiado para ser discreto”.

Una mezcla de aplausos y ruidos de incredulidad salieron de los mundanos que estaban en el juego de los aros. Afortunadamente, no había muchos de ellos, y Mark pudo recoger su premio - algo en una bolsa de plástico - y escapo con un mínimo de alboroto. 

Fue hacía Cristina. Sus orejas puntiagudas se veían entre los bucles de su cabello claro, pero había usado un glamour, para que así los mundanos no las vieran. Mark era mitad hada, y la parte de sangre que pertenecía al Submundo le había hecho unos rasgos delicados, como las puntas de sus orejas y los ángulos en sus ojos y mejillas.

“¿Así que es un demonio calamar?” dijo Emma, solamente para llenar el silencio entre ellos. Había habido muchos silencios entre ella y Julian estos días. Solo habían pasado dos semanas desde que todo había cambiado, pero Emma lo había notado desde el fondo de su alma. Había notado la distancia que había impuesto él, aunque su comportamiento había sido muy cortés y amable desde que le había dicho acerca de ella y Mark.

“Aparentemente,” dijo Julian. Mark y Cristina estaban al alcance para ser escuchados; Cristina estaba terminando sus palomitas de caramelo y miraba tristemente dentro de la bolsa esperando a que aparecieran más. Emma lo entendía. Mark, mientras tanto, miraba abajo hacia su premio. “Sube por el lado del muelle y arrebata a la gente - en su mayoría había niños, pero cualquiera estaba inclinado tomando una foto por la noche. Se habían vuelto más valientes, pensó. Aparentemente alguien con manchas entró dentro del área de hockey de mesa - ¿es un pez de colores?”

Mark levantó su bolsa de plástico. Dentro de ella había un pez pequeño de color naranja nadando en círculos. “Esta es la mejor vigilancia que he hecho nunca”, dijo él. “Nunca me habían premiado con un pez antes.”

Emma suspiró por dentro. Mark había pasado unos pocos años de su vida en la Cacería Salvaje, la más anárquica y salvaje de todas las hadas. Cabalgaron a través el cielo en toda clase de seres o cosas encantadas - motos, caballos, ciervos, perros enormes gruñendo - y buscaron en los campos de batallas, cogiendo objetos de valor de los cadáveres y dándoles tributo a las Cortes de las Hadas. 

Se estaba adaptando bien a estar de regreso con su familia de cazadores de sombras, pero había momentos que la vida normal le tomaba por sorpresa. Se dio cuenta que todo el mundo lo miraba con las cejas levantadas. Se sorprendió y puso un brazo alrededor de los hombros de Emma, con la otra mano sostenía la bolsa.

“He ganado un pez para ti, hermosa,” dijo él, y le besó la mejilla.

Era un beso dulce, amable y tierno, y Mark olía como siempre: al aire frío y a la hierba verde que crece. Y tenía sentido, pensó Emma. Todos estaban sorprendidos de que Mark le diera su premio.

Emma intercambió una mirada preocupada con Cristina, cuyos ojos se habían agrandado. Julian parecía como si estuviera a punto de devolver, aunque fue solo un momento, antes de volver a mostrar indiferencia, pero Emma se apartó de Mark y le sonrió como disculpa. 

“No puedo mantener un pez con vida,” dijo. “Mato las plantas con solo mirarlas”.

“Sospecho que tengo el mismo problema,” dijo Mark mirando el pez. “Es una lástima - lo iba a llamar Magnus, porque tiene escamas brillantes.” 

Ante el comentario, Cristina rio. Magnus Bane era el Gran Brujo de Brooklyn, y tenía tendencia por el brillo.

“Supongo que estará mejor si lo dejo libre,” dijo Mark. Antes de que nadie pudiera decir nada, se dirigió a la barandilla del muelle y vació la bolsa, el pez y el agua cayeron al mar.

“¿Alguien le explicó que los peces de colores son peces de agua dulce que no pueden sobrevivir en el océano?” dijo Julian en voz baja.

“No creo,” dijo Crisitina.

“¿Quieres decir que ha matado a Magnus?” preguntó Emma, pero antes de que Julian respondiera, Mark se volteó. 

Todo el humor desapareció de su rostro. “Acabo de ver algo que se hunde bajo el muelle. Algo que no es muy humano.”

Emma sintió que un leve escalofrío le recorría. Los demonios que pertenecían al océano eran raramente visitos en la tierra. Algunas veces tenía pesadillas donde el océano vomitaba su contenido en la playa: espinosas, tentaculadas, viscosas, ennegrecidas y medio aplastadas por el peso del agua.

En segundos, cada cazador de sombras tenía un arma en su mano - Emma tenía cogida su espada, Cortana, una espada de oro que le dieron sus padres. Julian sostenía un cuchillo serafín y Cristina tenía su cuchillo de mariposa.

“¿Por dónde?” preguntó Julian.

“Al final del muelle,” dijo Mark; no había cogido ninguna arma, pero Emma sabía lo rápido que podía ser. Su apodo en la Cacería Salvaje era elf-shot, porque era rápido y tenía puntería con el arco o los cuchillos. “Hacia el parque de atracciones.”

“Voy por aquí,” dijo Emma. “Intentaré que vaya al borde del muelle - Mark, Cristina id por abajo, cogedlo si trata de volver al agua.”

Apenas tuvieron tiempo para asentir, Emma ya se había puesto en marcha. El viento tiró de su pelo trenzado que ella se había peinado entre la multitud en el parque que estaba iluminado al final del muelle. Cortana se sentía cálida y sólida en su mano y sus pies parecían que volarán por el suelo de madera deformado por el mar. Se sentía libre, sus preocupaciones se quedaban atrás, su mente y cuerpo estaban centradas en la tarea.

Podía escuchar pisadas detrás de ella. No necesitaba mirar atrás para saber que era Jules. Sus pasos habían estado a su lado durante todos los años que había luchado como cazadora de sombras. Su sangre había sido derramada junta con la suya. Había salvado su vida y ella había salvado la suya. Era parte de su yo guerrera.

 “Aquí,” le escuchó, pero ella ya lo había visto: una forma oscura y encorvada, trepando por la rueda de la fortuna. Las cabinas seguían girando, los pasajeros chillaban de alegría, inconscientes. 

Emma se puso al final de la cola y empezó a empujar las personas para apartarlas de su camino. Ella y Julian se habían puesto runas de glamour antes de llegar al muelle, eran invisibles a los ojos de los mundanos. Aunque eso no significaba que no sintieran sus presencias. Los mundanos que estaban haciendo fila maldecían y gritaban mientras los pisaban los pies y les daban codazos.

Una cabina se balanceaba, una pareja - la chica comía un algodón de azúcar púrpura y su novio vestido de negro y larguirucho - estaba a punto de subir. Mirando hacia arriba, Emma vio el demonio Teuthida deslizándose alrededor de la parte superior del soporte de la rueda. Maldijo, Emma empujó la pareja, casi echándolos a un lado y saltó dirección a la cabina. Tenía forma de octógono, un banco estaba en el interior dejando mucho espacio para estar de pie. Emma escuchó los gritos de sorpresa mientras la cabina subía, se elevó alejándose del caos que había creado, a bajo la pareja estaba gritando al hombre que vendía los tiquetes, y la gente de la cola se gritaban entre ellos.

La cabina se balanceó bajo sus pies cuando Julian aterrizó a su lado. Él levantó la cabeza. “¿Lo ves?”

Emma entrecerró los ojos. Había visto el demonio, estaba segura de esto, pero parecía que se había desvanecido. Desde este ángulo, la rueda de fortuna era un desastre de luces brillantes, rayos giratorios y barras de hierro pintadas de blanco. Las dos cabinas bajo de ella y de Julian estaban llenas de personas; la fila todavía intentaba ser organizada.

Bien, pensó Emma. Cuanta menos gente haya en la atracción, mejor.

“Detente”. Sintió la mano de Julian encima de su brazo, girándola. Todo su cuerpo se tensó. “Runas,” dijo, se dio cuenta que estaba sosteniendo su estela con su mano libre.

Las cabinas seguían subiendo. Ahora Emma podía ver bajo suyo la playa, la oscura agua mojaba la arena, las colinas del parque Palisades se elevaban por encima de la carretera, coronadas por una franja de árboles y vegetación.

Las estrellas eran oscuras, pero visibles más allá de las brillantes luces del muelle. Julian no sostenía su brazo con brusquedad, pero tampoco con delicadeza, sino que había una especie de distancia. La giró, su estela se deslizaba con movimientos rápidos por encima de su muñeca, dibujando runas de protección, velocidad, agilidad y audición mejorada.

Esto era lo más cerca que Emma había estado de Jules desde hacía dos semanas. Se sentía mareada, un poco borracha. Su cabeza estaba inclinada, sus ojos fijos en la tarea, y ella aprovechó la oportunidad para quedarse viéndolo.

Las luces de la rueda cambiaron del amarillo al ámbar y su piel bronceada se veía dorada. El cabello caía suelto, en finas ondas por encima de la frente. Emma conocía la suavidad de las comisuras de su boca y la fuerza y dureza de sus hombros que había sentido bajo sus manos. Sus pestañas eran largas, gruesas y oscuras, como el carbón. Casi esperaba que dejará polvo de color negro en la parte superior de sus pómulos cuando parpadease.

Él era hermoso. Siempre había sido muy guapo, pero se había dado cuenta demasiado tarde. Y ahora estaba a su lado de pie, y el cuerpo le dolía porque no podía tocarlo. Nunca podría volver a tocarlo.

Julian terminó de dibujar e hizo girar la estela en su mano para que el mango quedará de cara a Emma. La cogió sin decir una palabra y empujó hacia abajo el cuello de la camiseta. La piel era más pálida que la de su rostro y manos, marcada una y otra vez por las marcas blancas de las runas que, al ser utilizadas, se habían ido desvanecido.

Emma tuvo que dar un paso para acercarse más a él y poder dibujar las marcas. Las runas iban apareciendo bajo la punta de la estela: agilidad, visión nocturna. La cabeza de Emma llegaba hasta la barbilla de Julian. Se quedó mirando su garganta directamente y lo vio tragar.

“Sólo dime,” dijo él. “Dime como te hace feliz. De qué modo Mark te hace feliz.”

Ella levantó la cabeza y terminó de dibujar las runas. Julian cogió la estela de su mano inmóvil. Por primera vez en mucho tiempo sentía como la miraba directamente, sus ojos se volvieron azules oscuros debido al cielo nocturno y el mar, estos se extendían a su alrededor a menudo que se acercaban a la parte más alta.

“Soy feliz Jules,” dijo ella. ¿Qué significaba una mentida entre otras? Nunca había sido alguien que mintiese con facilidad, pero estaba encontrando la manera de hacerlo. Cuando la seguridad de las personas que amaba dependían de eso, había descubierto que podía mentir. “Esto es… Esto es lo más inteligente y más seguro para los dos.”

La línea de su suave boca se endureció. “Eso no es…”

Emma jadeó. Una forma contorsionada se elevó detrás de él - era de color del aceite sucio, sus tentáculos estaban adheridos a la cabina. Su boca estaba abierta y tenía un perfecto círculo de dientes.

¡Jules!” gritó, y se abalanzó al otro lado de la cabina, atrapando una de las delgadas barras de hierro. Se colgó con una mano de ella y con la otra sostenía a Cortana, acuchilló al Teuthida por la parte de atrás. El demonio gruñó y el icor salió; Emma gritó cuando le salpicó al cuello, quemando su piel.

Un cuchillo perforó la piel del demonio. Emma se cogió a una barra y subió, bajó la vista para ver a Julian, estaba al borde de la cabina con otro cuchillo en mano. Jules miró su mano y tiró el segundo cuchillo…

Este se cayó al fondo de una cabina vacía. El Teuthida era increíblemente rápido y desapareció de su vista. Emma vio como lo buscaba entre las barras de metal que componían la rueda.

Emma envainó a Cortana y comenzó a arrastrarse por el radio, yendo hacia el centro de la rueda. Las luces LED iluminaban su alrededor de color púrpura y oro.

Había icor y sangre en sus manos haciendo el trayecto resbaladizo.  La vista desde la rueda era hermosa, el mar y la arena se extendía por todas direcciones delante de ella, como si lo estuviera observando desde el cielo.

Podía saborear la sangre y la sal en su boca. Debajo de ella podía ver a Julian fuera de la cabina, trepando por otra barra de metal. Él la miró y señaló; siguió su dedo y vio el Teuthida cerca del centro de la rueda.

Sus tentáculos se movían alrededor de su cuerpo, golpeando el centro de la rueda. Emma podía sentir las vibraciones en su cuerpo, estiró el cuello para ver que estaba haciendo y le perdió el rastro - en el centro del paseo estaba la estructura que sostenía la rueda. El Teuthida estaba tirando de los tornillos, intentando sacarlos. Si tenía éxito al retirarlos, toda la estructura se iba a soltar y la rueda caería.

Emma sabía que, si eso pasaba, nadie que estuviera en la atracción o cerca de ella, sobreviviría. La rueda se doblaría sobre sí misma y aplastaría a las personas de abajo. Los demonios llevaban consigo la destrucción, la muerte y lo disfrutaban.

La rueda de la fortuna se balanceó. El Teuthida tenía sus tentáculos alrededor de la estructura central de la rueda y la estaba torciendo. Emma redobló su velocidad al arrastrarse, pero aún seguía lejos del objetivo. Julian estaba más cerca, pero Emma sabía las armas que llevaba con él: dos cuchillos, que ya había lanzado, y los cuchillos serafín, que no eran lo suficientemente largos para alcanzar el demonio.

Jules la miró mientras estiraba su cuerpo a lo largo de la barra de hierro, envolvió su brazo izquierdo alrededor de la barra, y se sostuvo con él mientras extendía su mano.

Emma inmediatamente sin preguntar sabía lo que estaba pensando él. Respiro profundamente y se soltó de la barra.

Cayó hacia Julian, estirando su mano para alcanzar la de él. Se cogieron y se abrazaron, Emma lo escuchó jadear mientras la sostenía. Se balanceó de delante a atrás, con la mano izquierda cogía la mano derecha de Jules, y con su otra mano desenvainó a Cortana.  Aprovechó el peso de su caída para balancearse y acercarse al centro de la estructura.

El demonio Teuthida levantó su cabeza y mientras iba hacia ella, por primera vez vio sus ojos - eran de forma ovalada, con una capa protectora semejante a un espejo. Casi parecían ensancharse como los ojos humanos mientras empujaba a Cortana, atravesando la cabeza y el cerebro del demonio.

Sus tentáculos se agitaron - un último espasmo que liberó un cuchillo, que se deslizó rodando por los radios hacia abajo. Llegó al final y cayó.

En la distancia, Emma pensó que había escuchado un chapoteo. Pero no había tiempo para preguntárselo. La mano de Julian cogía con fuerza la suya, y empezó a tirar de ella. Envainó a Cortana mientras él la subía y subía, donde estaba tendido, de modo que cayó torpemente encima de él.

Seguía cogiendo su mano y respiraba fuertemente. Sus ojos encontraron los suyos, solo por un segundo. A su alrededor, la rueda seguía girando y los bajo hasta el suelo. Emma podía ver la multitud de mundanos que había en la playa, el brillo del agua a lo largo de la costa, incluso una de las cabezas oscuras y claras podrían ser Mark y Cristina…

“Buen trabajo en equipo,” dijo finalmente Julian.

“Lo sé,” dijo Emma, y lo hizo. Eso fue lo peor: estaba en lo cierto, trabajaban perfectamente como parabatai. Como guerreros compañeros. Como un par de soldados que jamás podrían separarse.



Mark y Cristina los esperaban bajo el muelle. Mark se había quitado los zapatos y estaba mitad de camino en el agua. Cristina estaba doblando su cuchillo de mariposa y bajo sus pies había la arena seca.

“¿Viste el calamar caer de la rueda de la fortuna?” preguntó Emma mientras se acercaba a Julian.

Cristina asintió. “Cayó en las aguas poco profundas. No estaba del todo muerto, así que Mark lo arrastró hasta la playa y terminamos la tarea.” Pateó la arena. “Fue muy repugnante y Mark se ensució.”

“Tenía icor en mí,” dijo Emma mirando su equipo manchando. “Fue un demonio desagradable.”

“Sigues estando hermosa,” dijo Mark con una sonrisa galante.

Emma le sonrío de vuelta, era todo lo que podía hacer. Esta realmente agradecida a Mark, quien estaba haciendo su parte sin ninguna queja, aunque lo debió de encontrar extraño. Según la opinión de Cristina, Mark estaba sacando algo a cambio, pero Emma no podía imaginar el qué. No era como si a Mark le gustara mentir - había estado mucho tiempo con las hadas, que eran incapaces de decir mentiras, que lo encontraban antinatural.

Julian se alejó de ellos y estaba con el móvil de nuevo, hablando en voz baja. Mark salió del agua y se puso las botas con los pies mojados. Ni él ni Cristina estaban del todo glamurizados, y Emma notó como los mundanos iban hacía ellos - porque él era alto y guapo y tenía unos que brillaban más que las luces de la rueda de la fortuna. Y porque una de sus ojos era azul y el otro era de oro.

Y porque había algo en él, que le hacía ver extraño, un rastro de salvajismo de las hadas que hacía a Emma pensar en espacios abiertos, libres e ilegales. Soy un chico perdido, sus ojos parecían decir. Encuéntrame.

Al llegar a Emma, levantó su mano y cogió un mechón de su pelo. Una oleada de sensaciones la invadió - tristeza, regocijo, el anhelo de algo, aunque ella no sabía que era.

“Era Diana,” dijo Julian, e incluso sin mirarlo, Emma podía imaginarse su rostro al hablar - gravedad, prudencia, una cuidadosa consideración ante la situación. “Jace y Clary han llegado con un mensaje del Cónsul. Están reunidos en el Instituto, nos quieren allí ahora.




2

Inundaciones ilimitadas  


Los cuatro se dirigieron directamente a la biblioteca del Instituto, sin detenerse a cambiarse la ropa. Solo cuando entraron como un vendaval en la habitación, Emma, Mark, Cristina y Julian se dieron cuenta que estaban cubiertos del icor del demonio, entonces se preguntaron si quizás hubiese sido mejor pararse a darse una ducha.

El techo de la biblioteca había sido dañado dos semanas antes y se había tenido que arreglar con rapidez, la claraboya de cristal había tenido que ser reemplazada por el cristal sencillo y protegido, el techo anteriormente con una decoración de grandes detalles ahora estaba cubierto con una capa de madera que tenía runas talladas.  

La madera de los árboles serbal eran protectores: mantenían la oscura magia lejos. Además tenía efecto en las hadas - Emma miró a Mark contraerse de dolor y mirar hacia los lados cuando entraron en la habitación. Le había dicho que su proximidad al serbal le hacía sentir como si su piel fuera pulverizada con pequeñas chispas de fuego. Se preguntaba qué efecto tendría a un hada con sangre completa.

“Estoy contenta de que lo habéis logrado,” dijo Diana. Estaba sentada en la cabecera de una de las mesas largas de la biblioteca, tenía el pelo recogido en un elegante moño. Un colgante de oro delgado brillaba contra su piel oscura. Su vestido blanco y negro estaba como siempre, impecable y libre de arrugas.

A si lado estaba Diego Rocio Rosales, destacado en la Clave por ser un Centurión altamente entrenado y conocido por los Blackthorns por tener el apodo de Diego El Perfecto. Era irritablemente perfecto - ridículamente atractivo, un luchador espectacular, listo e indudablemente amable. También había roto el corazón de Cristina antes de que ella se fuera de México, lo que significaba que normalmente Emma estaría planeando su muerte, pero no podía porque él y Cristina habían vueltos juntos dos semanas antes.

Diego le sonrió a Cristina, sus dientes eran tan blancos como el flash. El broche de Centurión estaba en su hombro, las palabras Primi Ordines eran visibles en la plata. No solo era un Centurión; era uno de la Primera Compañía, el mejor de la clase en su graduación de Scholomance. Porque, sin duda, él era perfecto.

Entre Diana y Diego estaban sentadas dos figuras que eran muy familiares para Emma: Jace Herondale y Clary Fairchild, los jefes del Instituto de Nueva York, aunque cuando Emma los había conocido habían sido adolescentes como lo era ella ahora. Jace era toda la belleza del oro deslucido, que había crecido bajo la mirada de la gracia con el paso del tiempo. Clary tenía el pelo pelirrojo, ojos verdes obstinados y una cara aparentemente delicada. Tenía una voluntad de hierro, como Emma sabía de primera mano.

Clary se levantó de un salto, su cara estaba iluminada, Jace se recostó en la silla con una sonrisa. “¡Has vuelto!” gritó, corriendo hacia Emma. Vestía unos pantalones y una camiseta de MADE IN BROOKLYN hecha jirones, probablemente pertenecía a su mejor amigo, Simon. Parecía gastada y suave, exactamente como el tipo de camisa que a menudo había robado a Julian y se negó a devolver. “¿Cómo fue con el calamar?”

Emma no pudo responder por el abrazo envolvente de Clary.

“Estupendo,” dijo Mark. “Realmente estupendo. Están completamente manchados con líquido de calamar.”

En realidad parecía complacido.

Clary soltó a Emma y frunció el ceño ante el icor, el agua del mar y una substancia no identificada que se habían pegado a su camiseta. “Entiendo lo que querías decir.”

“Solo voy a darles la bienvenida a todos desde aquí,” dijo Jace, saludando. “Hay un olor perturbador de calamar flotando en vuestra dirección.”

Hubo una risita rápidamente sofocada. Emma levantó la vista y vio unas piernas colgando entre los pasamanos de la galería de arriba. Con diversión reconoció las piernas largas de Ty y las medias con dibujos de Livvy. Había rincones en la galería que eran perfectos para escuchar a escondidas - no podía contar cuántas reuniones de Andrew Blackthorn habían escuchado ella y Julian de niños, aprendiendo sin saber la importancia de estar presente en una reunión del Conclave.

Miró de reojo a Julian, viendo que miraba a Ty y Livvy, sabiendo que al igual que ella, no iba a decir nada al respecto de su presencia. Podía ver como lo había pensado con su sonrisa caprichosa - extrañaba lo transparente que era para ella en momentos de descuido, y lo poco que ella podía decir que él estaba pensando cuando decidía esconderlo.

Cristina se acercó a Diego, golpeando suavemente la mano contra su hombro. Emma vio como Mark los miraba, su expresión era ilegible. Mark había hablado de muchas cosas en las últimas semanas, pero no de Cristina. Nunca de Cristina.

“Entonces, ¿cuántos demonios marinos habían?” preguntó Diana. “¿En total?” Con un gesto, indicó para que todos tomaran asiento alrededor de la mesa. Se sentaron silenciosamente, Emma al lado de Mark pero también en frente de Julian. Él respondió la pregunta de Diana calmadamente como si no estuviera goteando icor sobre el suelo pulido.

“Unos pocos, más pequeños la semana pasada,” dijo Julian, “pero es normal con las tormentas. Se arrastran hasta la playa. Hicimos algunas patrullas; los Ashdowns huyen hacia al sur. Creo que los tenemos todos.”

“Este fue el primero realmente grande,” dijo Emma. “Quiero decir, sólo he visto unos cuantos con ese tamaño. No suelen salir del océano.”

Jace y Clary intercambiaron una mirada.

“¿Hay algo que deberíamos saber?” dijo Emma. “¿Estáis coleccionando demonios realmente grandes para decorar el Instituto o algo?”

Jace se inclinó hacia adelante con los codos sobre la mesa. El rostro estaba impasible, parecido a un gato, junto con sus ojos ámbar ilegibles. Clary le había dicho que la primera vez que lo vio, le había parecido un león. Emma podía verlo: los leones parecían tranquilos y casi perezosos, hasta que llegaba la acción. “Tal vez deberíamos hablar de por qué estamos aquí,” dijo él.

“Pensaba que estabas aquí por Kit,” dijo Julian. “Ya sabe,s porque es un Herondale.”

Sonó un crujido arriba y se escuchó un débil refunfuño. Ty había estado durmiendo delante de la puerta de Kit las noches pasadas, un comportamiento extraño que nadie había comentado. Emma había asumido que Ty encontraba a Kit inusual e interesante a su manera, del mismo modo que lo hacía con las abejas y los lagartos.

“Parcialmente,” dijo Jace. “Acabamos de regresar de una reunión con el Consejo en Idris. Es por eso porque hemos tardado tanto en llegar, aunque quise venir lo más rápido posible cuando escuché sobre Kit.” Se reclinó hacía atrás y puso un brazo sobre el respaldo de la silla. “No te sorprenderá que hubo mucho debate sobre la situación de Malcolm.”

“¿Te refieres a la situación en la que el Gran Brujo de Los Ángeles resultó ser un asesino y nigromante?” dijo Julian. En su voz se notaba la irritación: La Clave no había sospechado de Malcolm, había aprobado su nombramiento como Gran Brujo, no habían hecho nada para detener los asesinatos que cometió. Habían sido los Blackthorns quienes lo habían hecho.

Se escuchó una risilla que provenía de arriba. Diana tosió para esconder una sonrisa. “Perdón,” les dijo a Jace y a Clary. “Creo que tenemos ratones.”

“No he escuchado nada,” dijo Jace.

“Solamente estamos sorprendidos de que la reunión del Consejo haya terminado tan rápido,” dijo Emma. “Pensábamos que quizás necesitaríamos dar una declaración, sobre Malcolm y todo lo que ha pasado.”

Emma y los Blackthorns ya habían hecho una declaración delante del Consejo antes. Años atrás, antes de la Guerra Oscura. No fue una experiencia que Emma le apetecía repetir, pero habría sido una oportunidad para explicar lo que había pasado. Explicar porque habían cooperado con las hadas, en contra las Leyes de la Paz Fría. Porque habían investigado el Gran Brujo de Los Ángeles, Malcolm Fade, sin decirle a la Clave porque lo hacían; que lo habían encontrado culpable de crímenes atroces.

Por qué Emma lo había matado.

“Ya se lo dijisteis a Robert, el Inquisidor,” dijo Clary. “Os creyó. Testificó a vuestro favor.”

Julian levantó una ceja. Robert Lightwood, el Inquisidor de la Clave, no era el tipo de hombre amable ni amigable. Le contaron lo que pasó, porque habían sido forzados, pero no era una persona amable de la cual te imaginas que te hace favores.

“Robert no es malo,” dijo Jace. “De verdad. Se ha suavizado desde que es abuelo. Y de hecho, la Clave estaba realmente menos interesado en ti que en el Libro Negro.”

“Aparentemente nadie se dio cuenta de que alguna vez estuvo aquí, en la biblioteca,” dijo Clary. “El Instituto de Cornwall es famoso por la gran cantidad de libros de magia oscura que contiene - el original Malleus Maleficarum de Daemonatia. Todos pensábamos que estaría allí, correctamente encerrado”.

“Los Blackthorns solían ir al Instituto de Cornwall,” dijo Julian. “Quizás mi padre lo trajo con él cuando dirigía el Instituto aquí.” Parecía preocupado. “Aunque no sé porque lo hubiera hecho.”

“Quizás Arthur lo trajo,” sugirió Cristina. “Siempre está fascinado con los libros antiguos.”

Emma sacudió la cabeza. “No creo. El libro debe haber aparecido aquí cuando Sebastian atacó el Instituto - antes de que Arthur viniera.”

“¿Cuánto tiene que ver que no quisieran que testificáramos porque yo debería de estar allí?” dijo Mark.

“Algo,” dijo Clary encontrando sus miradas. “Pero Mark, nunca hubiésemos dejado que te regresarán a la Cacería. Todo el mundo nos hubiera apoyado.”

Diego asintió. “La Clave deliberó y encontraron correcto que Mark permaneciera con su familia. La orden original solo prohibía que los cazadores de sombras lo buscarán, pero él vino a vosotros, entonces la orden no ha sido desobedecida.”

Mark asintió rigurosamente. Nunca le había gustado Diego El Perfecto.

“Y créeme,” añadió Clary, “Estaban muy felices de usar esta laguna. Creo que hasta la persona que odia más las hadas siente lo que te pasó.”

“¿Y lo que pasó con Helen?” dijo Julian. “¿Ninguna palabra acerca de que regrese?”

“Nada,” dijo Jace. “Lo siento. No querían oír hablar de ello.”

La expresión de Mark se tensó. En este momento, Emma podía ver el guerrero en él, las sombras oscuras de los campos de batallas en que la Cacería Salvaje había participado, el caminante entre los cuerpos muertos.

“Nos quedamos con eso,” dijo Diana. “Tenerte de vuelta es una victoria, Mark, y la aprovecharemos, pero ahora mismo…”

“¿Qué pasará ahora?” demandó Mark. “¿Se terminó la crisis?”

“Somos cazadores de sombras,” dijo Jace. “Las crisis nunca terminan.”

“Ahora,” continuó Diana, “El Consejo terminó de discutir que los grandes demonios del mar se han visto arriba y debajo de la costa de California. Se han visto más demonios desde la semana pasada que en la anterior década. El Teuthida con el que habéis luchado no era un caso aislado.”

“Pensamos que se debe a que el cuerpo de Malcolm y el Libro Negro siguen en el océano,” dijo Clary, “Y también quizás por los hechizos que lanzó Malcolm cuando estaba vivo.”

“Pero los hechizos de los brujos desaparecen cuando mueren,” protestó Emma. Pensó en Kit. Las guardias que Malcolm había colocado alrededor de la casa de Rook desaparecieron cuando murió. Los demonios atacaron en cuestión de horas. “Fuimos a su casa después de que muriese, buscamos pruebas de lo que había estado haciendo. Todo se había desintegrado en polvo.”

Jace despareció debajo de la mesa. Apareció en un momento, sujetando a Iglesia, el gato del Instituto que trabajaba a tiempo parcial. Iglesia tenia las patas extendidas con una expresión de satisfacción en su rostro. “Pensábamos lo mismo,” dijo Jace poniendo el gato en su regazo. “Pero aparentemente, según Magnus, hay hechizos que pueden ser formulados para ser activados después de la muerte del brujo.”

Emma fulminó a Iglesia. Sabía que el gato había vivido anteriormente al Instituto de Nueva York, pero le pareció grosero que mostrara su preferencia tan descaradamente. El gato estaba estirado encima del regazo de Jace, ronroneado e ignorándola.

“Como una alarma,” dijo Julian, “¿que suena cuando se abre una puerta?”

“Sí, pero en este caso, la muerte abre la puerta,” dijo Diana.

“Entonces, ¿cuál es la solución?” preguntó Emma.

“Probablemente necesitaremos su cuerpo de vuelta para apagar el hechizo, por así decirlo,” dijo Jace. “Y una pista de cómo lo hizo sería fantástica.”

“Las ruinas de convergencia han sido recogidas perfectamente,” dijo Clary. “Pero iremos mañana a la casa de Malcolm para estar completamente seguros.”

“Solo quedan escombros,” advirtió Julian.

“Escombros que tendrán que ser retirados pronto, antes que los mundanos los noten,” dijo Diana. “Hay un glamour, pero es temporal. Eso significa que el sitio será imperturbable unos pocos días más.”

“Y no hay nada malo en dar un último vistazo,” dijo Jace. “Especialmente si Magnus nos dio unas ideas para saber que hay que buscar.” Acarició la oreja de Iglesia, pero no siguió explicándose.

“El Libro Negro es un objeto necromántico poderoso,” dijo Diego el Perfecto. “Puede causar alteraciones que no podemos ni imaginarnos. Como conducir a los demonios que viven profundamente en el mar a la costa, lo que significa que los mundanos están en peligro - unos pocos ya han desaparecido en el muelle.”

“Entonces,” dijo Jace. “Un equipo de Centuriones llegarán aquí mañana…”

“¿Centuriones?” El pánico brilló en los ojos de Julian, una mirada de miedo y vulnerabilidad que Emma solamente divisó. Desapareció casi al instante. “¿Por qué?”

Centuriones. La Élite de cazadores de sombras entrenados al Scholomance, una escuela esculpida en las paredes de las rocas de las Montañas de los Cárpatos, alrededor de un lago helado. Estudiando el saber esotérico y son expertos en las hadas y en la Paz Fría.

Y también, aparentemente, en los demonios del mar.

“Son excelentes noticias,” dijo Diego el Perfecto. Él diría eso, pensó Emma. Presumidamente se tocó el broche que tenía en su hombro. “Serán capaces de encontrar el cuerpo y el libro.”

“Ojalá,” dijo Clary.

“Pero ya estás aquí, Clary,” dijo Julian, su voz era engañosamente suave. “Tú y Jace - si traéis a Simon, a Isabelle, a Alec y a Magnus seguro que podéis encontrar el cuerpo inmediatamente.

No quiere extraños aquí, pensó Emma. Las personas pueden intentar curiosear en el negocio del Instituto, y pedir hablar con el tío Arthur. Había conseguido guardar los secretos del Instituto, incluso después de lo que pasó con Malcolm. Y ahora volvían a estar bajo la amenaza de los Centuriones.

“Clary y yo solo estamos de paso,” dijo Jace. “No podemos quedarnos y buscar, aunque nos hubiese gustado. Tenemos una asignación del Consejo.”

“¿Qué tipo de tarea?” dijo Emma. ¿Que misión podía ser más importante que recuperar el Libro Negro y limpiar el desorden que Malcolm había creado?

Pero Emma podía decir que por la mirada que intercambiaron Jace y Clary habían muchas más cosas importantes que hacer, que no podía imaginar. Emma no pudo evitar una pequeña explosión de amargura en su interior, deseaba ser un poco más mayor, para poder ser igual a Jace y a Clary, para conocer sus secretos y los secretos del Consejo.

“Lo siento mucho,” dijo Clary. “No podemos quedarnos”.

“¿Así que ni siquiera vais estar por aquí?” demandó Emma. “Mientras pasa todo esto y nuestro Instituto es invadido…”

“Emma,” dijo Jace. “Sabemos que estáis acostumbrados a estar solos y sin problemas aquí. A tener que responder solo ante Arthur.”

Si solo él supiera. Pero era imposible.

Él continuó, “Pero el propósito de un Instituto no es solo centralizar la actividad de la Clave, sino también albergar a cazadores de sombras que no tienen otro sitio a la ciudad que ir. Hay cincuenta habitaciones que no están en uso. Así que a menos que haya una razón de peso para que no puedan venir…”

Las palabras se quedaron flotando. Diego miró abajo hacia sus manos. No sabía toda la verdad sobre Arthur, pero Emma suponía que la sospechaba.

“Nos lo podéis contar,” dijo Clary. “Lo mantendremos en la más absoluta confidencialidad.” 

Pero no era el secreto de Emma. Se contuvo de mirar a Mark, a Cristina, a Diana o a Julian, el único de la mesa que sabía la verdad sobre quién dirigía realmente el Instituto. La verdad que necesitaba ser escondida de los Centuriones, que tendrían la obligación de informar al Consejo.

“El tío Arthur no ha estado bien, como supongo que sabréis,” dijo Julian gesticulando hacia la silla vacía donde normalmente estaría sentado el jefe del Instituto. “Me preocupaba que los Centuriones pudieran empeorar su condición, pero teniendo en cuenta la importancia de la misión haremos que estén lo más cómodos posibles.”

“Desde la Guerra Oscura, Arthur ha sido propenso a dolores de cabeza y a sentir dolor en sus viejas heridas,” añadió Diana. “Voy a intervenir entre él y los Centuriones hasta que se encuentre mejor.”

“Realmente no hay nada de lo que preocuparse,” dijo Diego. “Son Centuriones - disciplinados, soldados ordenados. No harán fiestas salvajes o demandas irrazonables.” Puso un brazo alrededor de Cristina. “Estaré encantado de presentaros a algunos de mis amigos.”

Cristina le sonrió. Emma no pudo evitar mirar a Mark para ver si estaba mirando a Cristina y a Diego de la manera que lo hacía a menudo - una manera que le hacía preguntarse como Julian podía perdérsela. Un día se dará cuenta y habrá preguntas incómodas que responder.

Pero ese día no era este, porque mientras había estado observando a Mark, él había salido silenciosamente de la biblioteca. Se había ido.



Mark asociaba a las habitaciones del Instituto con diferentes sentimientos, la mayoría de ellos nuevos desde su regreso. La biblioteca de serbal le hacía sentir tenso. La entrada, donde se había enfrentado con Sebastian Morgenstern años atrás le ponía los pelos de punta y le calentaba la sangre.

En su propia habitación se sentía solo. En la habitación de los gemelos, de Dru o de Tavvy se perdía a sí mismo en ser su hermano mayor. En la habitación de Emma se sentía seguro. La habitación de Cristina le estaba prohibida. En la habitación de Julian se sentía culpable. Y en la sala de entrenamiento se sentía como un cazador se sombras.

Inconscientemente se había dirigido a la sala de entrenamiento cuando había salido de la biblioteca. Todavía era demasiado para Mark, la forma en que los cazadores de sombras ocultaban sus emociones. ¿Cómo podrían soportar un mundo donde Helen estaba exiliada? Apenas podía soportarlo; Anhelaba su hermana todos los días. Y sin embargo, todos lo habrían mirado sorprendidos si hubiese gritado de dolor o hubiese caído de rodillas. Sabía porque Jules no quería que los Centuriones estuvieran allí - pero su expresión apenas había cambiado. Las hadas podían engañar, jugar sucio y manipular, pero no ocultaban su dolor.

Era suficiente para él ser enviado al estante de armas, sentía como sus manos iban perdiendo la práctica. Diana había tenido una tienda de armas en Idris y siempre había habido una serie de impecables y hermosas armas diseñada para que entrenaran: machaera griega (4), con sus filos cortantes únicos. Había una Viking spatha (5), una espada escocesa tradicional a dos manos, una zweihänder (6) y una bokken (7) Japonesa de madera usada solo para entrenar.

Pensaba en las armas de las hadas. La espada que llevaba en la Cacería Salvaje. El hada no usaba nada hecho de hierro, porque las armas y herramientas de hierro los enfermaban. La espada que había llevado en la Cacería estaba hecha de cuernos y se sentía ligera en su mano. Ligera como las flechas de los duendes que había disparado con su arco. Ligero como el viento bajo las pezuñas de su caballo, como el aire que lo rodeaba cuando cabalgaba.

Levantó la espada escocesa tradicional del estante y la sostuvo en su mano, probando. Podía sentir que estaba hecha de acero - no había mucho hierro, pero era una aleación de hierro - aunque no tuvo la misma reacción que al tocar el hierro como las hadas de sangre completa.

Se sentía pesada en su mano. Pero se había empezado a sentir pesada desde que había vuelto a casa. Superaba las expectativas. El peso de cuánto amaba a su familia era pesado.

Incluso el peso de lo que estaba haciendo con Emma era pesado. Confiaba en Emma. No cuestionó que ella estaba haciendo lo correcto; si ella lo creía, él la creía a ella.

Pero las mentidas no eran fáciles para él y odiaba sobretodo mentir a su familia.

“¿Mark?” Era Clary, seguida por Jace. El encuentro en la biblioteca se había terminado. Ambos se habían cambiado al equipo de cazadores de sombras; el cabello pelirrojo de Clary brillaba mucho, como una mancha de sangre contra su ropa oscura.

“Estoy aquí,” dijo Mark colocando la espada de nuevo en el estante. La luna llena estaba alta y la luz blanca se filtraba por las ventanas. La luna trazaba un camino a través del mar donde iluminaba el horizonte hasta al borde de la playa.

Jace no decía nada todavía, miraba a Mark con los ojos dorados entrecerrados, como un halcón. Mark no pudo evitar recordar a Clary y a Jace cuando los había conocido, justo después de que la Cacería se lo hubiera llevado. Había estado escondido en los túneles cerca de la Corte Seelie cuando habían venido caminando hacia él, su corazón sintió dolor y se rompió al verlos. Cazadores de sombras atravesando el peligro de la Corte con las cabezas altas. No estaban perdidos; no estaban huyendo. No estaban asustados.

Se preguntó si tendría ese orgullo de nuevo, esa falta de miedo. Incluso cuando Jace había presionado la piedra de luz mágica en su mano, incluso cuando le había dicho, Muéstrales de qué está hecho un cazador de sombras, muéstrales que no tienes miedo, Mark había tenido mucho miedo.

No por él mismo. Sino por su familia. ¿Cómo iba su familia a enfrentar la guerra, sin él para protegerlos?

Sorprendentemente bien, esa había sido la respuesta. No lo habían necesitado después de todo. Habían tenido a Jules.

Jace se sentó en el alféizar de la ventana. Era más grande de lo que había sido la primera vez que Mark lo conoció, por supuesto. Más alto con los hombros más amplios, aunque todavía elegante. Se rumoreaba que incluso la Reina Seelie se había quedado impresionada por su aspecto y sus modales, y la nobleza de las hadas eran raramente impresionados por los humanos. Incluso los cazadores de sombras.

Aunque a veces lo estaban. Mark suponía que su propia existencia era prueba de ello. Su madre, Lady Nerissa de la Corte Seelie había amado a su padre cazador de sombras.

“Julian no quiere a los Centuriones aquí,” dijo Jace. “¿Verdad?”

Mark los miró con sospecha. “No lo sabía.”

“Mark no nos contará los secretos de su hermano, Jace,” dijo Clary. “¿Dirías los de Alec?”

La ventana detrás de Jace era clara y alta, tan clara que Mark a veces se imaginaba que podía volar fuera de ella. “Tal vez, si fuera por su propio bien,” dijo Jace.

Clary hizo un ruido dudoso y poco elegante. “Mark,” dijo ella. “Necesitamos tu ayuda. Tenemos algunas preguntas de las hadas y las Cortes - su posición física real - y no parece haber ninguna respuesta - no del Laberinto Espiral, tampoco del Scholomance.” 

“Y honestamente,” dijo Jace, “No queremos llamar la atención investigando, porque es una misión secreta.”

“¿La misión se trata de las hadas?” supuso Mark.

Ambos asintieron.

Mark estaba asombrado. Los cazadores de sombras no se habían sentido cómodos en las Tierras de las Hadas, y desde la Paz Fría las evadían como el veneno. “¿Por qué?” Se giró rápidamente dándole la espalda a la espada. “¿Es una especie de misión venganza? ¿Por qué Iarlath y algunos otros cooperaron con Malcolm? ¿O es por lo que le pasó a Emma?”

Emma todavía necesitaba ayuda con sus últimas vendas. Cada vez que Mark miraba las líneas rojas que cruzaban su piel, se sentía culpable y enfermo. Eran como una red de hilos sangrientos que los mantenían atados al engaño que ambos estaban perpetrando.

Los ojos de Clary eran amables. “No estamos planeando hacer daño a nadie,” dijo ella. “Aquí no hay venganza. Esto es estrictamente acerca de la información.”

“Crees que estoy preocupado por Kieran,” se dio cuenta Mark. El nombre se alojó en su garganta como un fragmento de hueso. Había amado a Kieran, y Kieran lo había traicionado y se había ido a la Cacería, y cuando Mark pensaba en él, sentía como si estuviera sangrando desde adentro. “No lo estoy,” dijo él, “no estoy preocupado por Kieran.”

“Entonces no te importará si hablamos con él,” dijo Jace.

“No estaría preocupado por él,” dijo Mark. “Estaría preocupado por ti.”

Clary se rio suavemente. “Gracias, Mark.”

“Es el hijo del Rey de la Corte Unseelie,” dijo Mark. “El Rey tiene cincuenta hijos. Todos ellos compiten por el trono. El Rey está cansado de ellos. Le debía un favor a Gwyn, así que le dio a Kieran como pago. Como si regalara una espada o un perro.”

“Como lo entiendo yo,” dijo Jace, “Kieran vino a ti y te ofreció ayuda, en contra de los deseos de las hadas. Se puso a sí mismo en grave peligro para ayudarte.”

Mark supuso que no debería sorprenderse de que Jace lo supiera. Emma confiaba a menudo en Clary. “Me lo debía. Fue gracias a él que las personas que amo están gravemente heridas.”

“Todavía,” dijo Jace, “hay alguna posibilidad de pueda mostrarse receptivo a nuestras preguntas. Especialmente si pudiéramos decirlo que estamos respaldados por ti.”

Mark no dijo nada. Clary besó a Jace en la mejilla y murmuró algo es su oído antes de salir de la habitación. Jace la vio irse, su expresión por un momento fue suave. Mark sintió una fuerte punzada de envidia. Se preguntó si alguna vez sería así con alguien: la forma en que parecían encajar, la gracia de Clary y el sarcasmo y fuerza de Jace. Se preguntaba si hubiera encajado con Kieran. Si hubiera podido encajar con Cristina, si las cosas hubieran sido distintas.

“¿Qué quieres preguntarle a Kieran?” dijo él.

“Algunas preguntas acerca la Reina y el Rey,” dijo Jace. Notando el movimiento impaciente de Mark añadió, “Te diré un poco, y recuerda que no debería decirte nada. La Clave querría mi cabeza por esto.” Suspiró. “Sebastian Morgenstern dejó un arma en una de las Cortes de las Hadas,” dijo él. “Un arma que puede destruirnos a todos, destruir todos los nefilim.”

“¿Qué hace esta arma?” preguntó Mark.

“No lo sé. Es parte de lo que necesitamos averiguar. Pero sabemos que es mortal.”

Mark asintió. “Creo que Kieran te puede ayudar,” dijo él. “Y te puedo dar una lista de nombres de aquellas hadas que podrían ayudarte a buscar, que están a favor de la causa, pero no será extensa. No creo que sepas cuanto te odian. Si tienen el arma, espero que la encuentres. Porque no dudarán en usarla y no tendrán piedad contigo.”

Jace miró a través de sus pestañas doradas que eran muy parecidas a las de Kit. Su mirada estaba alerta y calmada. “¿Tener piedad de nosotros?” dijo él. “Tú eres uno de los nuestros.”

“Depende de a quién le preguntes,” dijo Mark. “¿Tienes un bolígrafo y papel? Comenzaré con los nombres…” 




Había pasado demasiado tiempo desde que el tío Arthur había dejado la habitación del ático donde dormía, comía y hacía su trabajo. Julian arrugó la nariz mientras él y Diana subían por las escaleras estrechas - el aire era más fuerte que de costumbre, olía a rancio con comida vieja y sudor. Las sombras eran gruesas. Arthur también era una sombra, encorvado sobre su escritorio, la piedra de luz mágica estaba en un plato, en el alféizar de la ventana de arriba. No reacciono ante la presencia de Julian y Diana.

“Arthur,” dijo Diana, “necesitamos hablar contigo.”

Arthur se dio la vuelta muy despacio en su silla. Julian sintió su mirada sobre Diana y después encima de él. “Señorita Wryburn,” dijo él finalmente. “¿Qué puedo hacer por ti?”

Diana había acompañado a Julian anteriormente al ático, pero habían sido muy pocas veces. Ahora que la verdad de la situación era conocida por Mark y Emma, Julian había sido capaz de reconocerlo ante Diana lo que habían sabido, pero nunca habían hablado.

Durante años, desde que tenía doce años, Julian había llevado solo el conocimiento de que su tío Arthur estaba loco, su mente estaba destrozada desde el encarcelamiento en la Corte Seelie. Tenía períodos de lucidez, ayudado por la medicina que Malcolm Fade les proporcionaba, pero nunca duraba mucho tiempo.

Si la Clave se hubiese enterado de la verdad, habrían sacado a Arthur de su posición como jefe del Instituto en momentos. Era muy probable que terminara encerrado en las Basilias, donde estaba prohibido salir o tener visitas. En su ausencia, sin ningún adulto Blackthorn para dirigir el Instituto, los niños serían divididos, enviados a la Academia a Idris, esparcidos por todo el mundo. La determinación de Julian de no dejar que eso sucediera había hecho que guardara el secreto durante cinco años, cinco años ocultando a Arthur del mundo y el mundo de Arthur.

A veces se preguntaba si estaba haciendo lo correcto para su tío. ¿Pero importaba? De cualquier manera, iba a proteger a sus hermanos y hermanas. Sacrificaría a Arthur por ellos si tuviera que hacerlo, aunque las consecuencias morales lo despertaban en medio de la noche, jadeando y en pánico, pero viviría con eso. 


Recordó la mirada afilada de Kieran sobre él: Tienes un corazón despiadado.

Quizás era cierto. En este momento el corazón de Julian se sentía muerto en el pecho, un bulto hinchado y sin latido. Todo parecía ocurrir a cierta distancia - incluso sentía como si todo se moviera más lentamente, como si estuviera caminado por el agua.

Sin embargo, era un alivio tener a Diana. A menudo Arthur confundía a Julian con su padre o abuelo muerto, pero Diana no era parte de su pasado y parecía no tener más remedio que reconocerla.

“La medicación que Malcolm hacía por ti,” dijo Diana. “¿Alguna vez te habló de ella? ¿De lo que había adentro?”

Arthur sacudió levemente la cabeza. “¿El chico no lo sabe?”

Julian sabía que se refería a él. “No,” dijo él. “Malcolm nunca me lo dijo.”

Arthur frunció el ceño. “¿Hay residuos, sobras que puedan analizarse?”

“Usé cada gota que pude encontrar hace dos semanas.” Julian había drogado a su tío con un potente cóctel de la medicina de Malcolm, la última vez que Jace, Clary y el Inquisidor habían ido al Instituto. No se había atrevido a arriesgarse a que Arthur desvariara, tenía que tener la mente clara. 


Julian estaba bastante seguro de que Jace y Clary mantendrían en secreto lo de Arthur si lo supieran. Pero era una carga que no les tocaba cargar, y además - no confiaba en el Inquisidor, Robert Lightwood. No le había creído cinco años atrás, cuando Robert le había obligado a soportar un juicio brutal con la Espada Mortal porque no había creído que Julian no mintiera.

“¿No has guarda nada, Arthur?” preguntó Diana. “¿Escondiste algo?”

Arthur volvió a sacudir la cabeza. La tenue iluminación de la piedra de luz mágica le hacía ver más viejo - mucho más de lo que era, su cabello de color gris, sus ojos difuminados ante el océano en la madrugada. Su cuerpo bajo su traje de color gris era esbelto y flaco, el hueso del hombro era visible a través del material. “No sabía que Malcolm fuera de ese modo,” dijo él. Un asesino, un traidor. “Además, dependía del chico.” Se aclaró la garganta. “Julian.”

“Yo tampoco sabía que él fuera así,” dijo Julian. “La cosa es que vamos a tener invitados. Los Centuriones.”

Kentarchs (8),” murmuró Arthur, abriendo uno de los cajones de su escritorio, como si buscara algo dentro. “Así se llamaban en el ejército bizantino. Pero el centurión es siempre el pilar del ejército. Él dirige a cien hombres. Un centurión podía castigar a un ciudadano romano, el cual la ley normalmente le protegía. Los Centuriones reemplazan la ley.”

Julian no estaba muy seguro de cuánto tenían en común los centuriones romanos originales y los Centuriones de Scholomance. Pero sospechaba que su tío tenía su punto de vista de todos modos. “Bien, tendremos que ser especialmente cuidadosos. Porque tienes que estar a su alrededor. Vas a tener que actuar.”

Arthur puso los dedos en sus sienes. “Estoy muy cansado,” murmuró. “No podemos… Si pudiéramos pedirle a Malcolm un poco más de medicina…”

“Malcolm murió,” dijo Julian. Se lo habían dicho a su tío, pero parecía no haberse enterado. Y era exactamente el tipo de error que no podía hacer con los extraños.

“Hay drogas mundanas,” dijo Diana después de un momento de vacilación.

“Pero la Clave,” dijo Julian. “El castigo por buscar tratamiento médico mundano es…”

“Sé cuál es,” dijo Diana con voz cortante. “Pero estamos desesperados.”

“Pero no tenemos ni idas de las dosis o del tipo de pastillas. No sabemos cómo los mundanos tratan una enfermedad como esta.”

“No estoy enfermo.” Arthur cerró de golpe el cajón del escritorio. “Las hadas destrozaron mi mente. Me siento roto. Ningún mundano podría entenderlo o tratarlo.”

Diana intercambio una mirada preocupada con Julian. “Bueno, hay varias opciones que podríamos barajar. Te dejaremos solo, Arthur, y ya hablaremos de ello. Sabemos lo importante que es tu trabajo.”

“Si,” murmuró el tío de Julian. “Mi trabajo…” Y se inclinó de nuevo sobre sus papales, se olvidó de Diana y Julian en un instante. Julian siguió a Diana fuera de la habitación, no podía dejar de pensar en el consuelo que su tío encontraba en las viejas historias de dioses y héroes de una época anterior al mundo, era como taparse los oídos, negándose a escuchar el sonido de la música de las sirenas para evitar la locura.

Al pie de las escaleras, Diana se volvió hacia Julian y habló suavemente. “Tienes que ir al Mercado de las Sombras, esta noche.”

“¿Por qué?” dijo Julian. El Mercado de las Sombras estaba fuera de los límites de los nefilim, a menos que estuvieran en una misión y los cazadores de sombras deberían ser mayores de edad. “¿Contigo?”

Diana negó con la cabeza. “No puedo ir allí.”

Julian no preguntó. Era un hecho que Diana tenía secretos y que Julian no podía presionarla para saberlos.

“Pero habrá brujos,” dijo ella. “Que no conocemos y que se mantendrán callados por un precio. Que no conocerán tu rostro. Y hadas. Después de todo esta locura ha sido causa por ellas, aunque no es normal. Quizás ellas saben cómo revertirlo.” Guardó silencio durante un momento, pensando. “Llévate a Kit contigo,” dijo ella. “Sabe acerca del Mercado de las Sombras mejor que cualquier otra persona a la cual podríamos preguntar y los subterráneos confían en él.”

“Solo es un niño,” objetó Julian. “Y no ha salido del Instituto desde que su padre murió.” Fue asesinado, realmente. Desgarrado a pedazos delante de sus ojos. “Podría ser duro para él.”

“Tendrá que acostumbrarse a que las cosas son duras,” dijo Diana, su expresión no titubeó. “Es un cazador de sombras ahora.”




3

Donde habitan los Ghouls

Había un tráfico terrible, que para Julian y Kit significo tardar una hora de ir a Malibú a Old Pasadena. Durante el tiempo que tardaron en encontrar aparcamiento, Julian tuvo un fuerte dolor de cabeza, Kit tampoco colaboró, porque apenas había dicho una palabra desde que habían dejado el Instituto.

Incluso después de la puesta del sol, el cielo en el oeste seguía cubierto de plumas de color carmesí y negras. El viento soplaba desde el este, lo que significaba que incluso en el centro de ciudad se podía respirar el olor del desierto: la arena, los cactus y coyotes, el aroma de la salvia.

Kit salió del coche en seguida que Julian apagó el motor, como si no pudiera soportar pasar más rato a su lado. Cuando pasaron la salida de la autopista que iba a la vieja de los Rooks, Kit preguntó si podía ir, para coger algo de su ropa. Julian dijo que no, no era seguro, especialmente de noche. Kit lo miró como si Julian le hubiera puesto un cuchillo en la espalda.

Julian estaba acostumbrado a las suplicas, las malas intenciones y protestas de alguien que le odiaba. Tenía cuatro hermanos menores. Pero había algo especial en la mirada de Kit. Lo decía totalmente en serio.

Ahora, cuando Julian cerró el coche detrás de ellos, Kit emitió un resoplido. “Te ves como un cazador de sombras.”

Julian se miró a sí mismo. Jeans, botas, una chaqueta vintage que había sido regalo de Emma. Como las runas de glamour no eran de gran utilidad en el Mercado, había tirado de la manga para esconder la runa de clarividencia y levantó el cuello de la chaqueta para ocultar las demás marcas, para que así no le echarán un vistazo.

“¿Qué?” dijo él. “No puedes ver ninguna marca.”

“No necesitas hacerlo,” dijo Kit con aburrimiento. “Te ves como un policía. Todos vosotros siempre os veis como los policías.”

El dolor de cabeza de Julian se intensificó. “¿Alguna sugerencia?”

“Déjame ir solo,” dijo Kit. “Me conocen, confían en mí. Contestarán mis preguntas y me venderán lo que quiera.” Extendió la mano. “Necesitaré un poco de dinero, claro.”

Julian lo miró con incredulidad. “No pensante eso realmente, ¿verdad?”

Kit se encogió de hombro y retiró la mano. “Podría haber funcionado.”

Julian empezó a caminar hacia el callejón que conducía a la entrada del Mercado de las Sombras. Solo había estado allí una vez, hace años, pero lo recordaba bien. El Mercado de las Sombras había surgido después de la Paz Fría, para los subterráneos era un modo de hacer negocios lejos de las nuevas leyes. “Así que, déjame adivinar. ¿Tu plan era pedirme algo de dinero, fingir que ibas al Mercado de las Sombras, y coger un autobús para salir de la ciudad?”

“En realidad, mi plan era cogerte algo de dinero, fingir que iba al Mercado de las Sombras e ir al Metrolink (9),” dijo Kit. “Tienen trenes que se van de la ciudad ahora. El desarrollo, lo sé. Debes intentar estar actualizado para estas cosas.”

Julian se preguntó cómo reaccionaría Jace si estrangulaba a Kit. Pensó en expresarlo en voz alta, pero habían llegado al final del callejón, donde había una luz. Cogió a Kit por el brazo y los impulsó a ambos.

Emergieron al otro lado de la luz, al corazón del Mercado. La misma luz por la que pasaron borró las estrellas del cielo. Incluso la luna parecía una cáscara pálida.

Julian seguía agarrando el brazo de Kit, pero este no hizo ninguna señal de huir. Miró a su alrededor con melancolía, para Julian era difícil recordar que Kit tenía la misma edad que Ty. Sus ojos azules - claro y de color celeste, sin los matices verdes que caracterizaban a los Blackthorns - observaban el Mercado, absorbiéndolo.

Las luces de las antorchas se encendieron formando una hilera de luces de colores oro, azul y verde venenoso. Las enredaderas de flores más sofisticadas y del olor más dulce con flores blancas de adelfa o jacarandá caían en cascada por los lados de los puestos. Los hermosos chicos y chicas faerie bailaban al son de los instrumentos de caña y flautas. En todas partes las voces gritaban para que fueran a comprar, comprar. Las armas estaban en exhibición, como las joyas, los viales de pociones y los polvos.

“Por aquí,” dijo Kit tirando del agarre del brazo de Julian.

Julian lo siguió. Podía sentir los ojos encima de ellos, se preguntaba si Kit tenía razón: parecía un policía o la versión sobrenatural, da igual. Era un cazador de sombras, siempre había sido un cazador de sombras. Uno no podía cambiar quien era.

Llegaron a uno de los bordes del Mercado, donde la luz era más tenue y era posible ver las líneas blancas pintadas en el suelo, revelando que por el día este lugar era un parking.

Kit se acercó al puesto más cercano donde una mujer faerie estaba sentada frente un cartel que anunciaba adivinanzas y pociones de amor. La faerie levantó la vista con una sonrisa radiante mientras se acercaba.

“¡Kit!” exclamó ella. Vestía un vestido de retales blanco que acentuaba su piel azul pálida y sus orejas puntiagudas se vislumbraban a través del pelo lavanda. Cadenas de oro y plata delgadas colgaban de su cuello y muñecas. Miró a Julian. “¿Qué está haciendo él aquí?”

“No pasa nada con el nefilim, Hyacinth,” dijo Kit. “Yo respondo por él. Sólo quiere comprar unas cosas.”

“Lo que dicen todos,” murmuró. Le lanzó una mirada astuta a Julian. “Eres muy guapo,” dijo ella. “Tus ojos son casi de mismo color que los míos.”

Julian se acercó a la parada. Este era un momento en el que deseaba ser bueno en el coqueteo. Pero no lo era. Nunca había sentido en su vida un destello de deseo por ninguna chica que no fuera Emma, así que el coqueto era algo que nunca había aprendido a hacer.

“Estoy buscando una poción que pueda curar la locura en un cazador de sombras,” dijo él. “O al menos que detenga los síntomas por un tiempo.”

“¿Qué tipo de locura?”

“Fue atormentado en las Cortes,” dijo Julian con sinceridad. “Su mente está rota por las alucinaciones y pociones que le obligaban a tomar.”

“¿Un cazador de sombras enloqueció a causa de las hadas? Oh mi,” dijo ella con un tono de escepticismo. Julian empezó a explicar lo que le pasaba a su tío Arthur, pero sin usar su nombre: su situación y condición. El hecho de que sus períodos de lucidez vinieran y fueran, de que a veces sus estados de ánimo lo hacían sombrío y cruel. Que reconocía a su familia en breves momentos. Describió la poción que hacia Malcolm para Arthur, cuando confiaban en él y pensaban que era su amigo.

Sin mencionar en ningún momento el nombre de Malcolm.

La mujer faerie meneó la cabeza cuando terminó. “Deberías preguntar a un brujo,” dijo ella. “Hacen tratos con los cazadores de sombras. Yo no. No tengo ningún deseo de entrar en conflicto con las Cortes o la Clave.”

“Nadie tiene por que saberlo,” dijo Julian. “Te pagaré bien.”

“Niño.” Se escuchaba la pena en su voz. “¿Crees que puedes guardar secretos en el Mundo de los Subterráneos? ¿Crees que el Mercado no ha estado hablando de la caída de del Guardián y la muerte de Johnny Rook? ¿Del hecho que ya no tenemos un Gran Brujo? La desaparición de Anselm Nightshade, aunque era un hombre horrible…” sacudió su cabeza. “Nunca deberías de haber venido aquí,” dijo ella. “No es seguro para ninguno de los dos.”

Kit parecía desconcertado. “Te refieres a él,” dijo él señalándolo a Julian con una inclinación de cabeza. “No es seguro para él.”

“Tampoco para ti, niñito,” dijo una voz áspera detrás de ellos.

Ambos se dieron la vuelta. Un hombre bajito estaba enfrente de ellos. Estaba pálido como el color de una escayola que le daba a su piel un tono enfermizo. Vestía un traje de lana gris de tres piezas, debía estar teniendo calor con el clima cálido. Su pelo y barba eran oscuros y estaban bien cortados.

“Barnabas,” dijo Kit parpadeando. Julian noto como Hyacinth se encogía levemente en su parada. Una pequeña multitud se había reunido detrás de Barnabas.

El hombre bajito dio un paso al frente. “Barnabas Hale,” dijo él dándole la mano. En el momento en que sus dedos se cerraron alrededor de Julian, sintió como sus músculos se apretaban. Sólo la afinidad de Ty por los lagartos y las serpientes, y el hecho de que Julian había tenido que sacarlos del Instituto y dejarlos en la hierba una vez más, le impidieron apartar la mano.

La piel de Barnabas no estaba pálida: Era una red de escamas blanquecinas superpuestas. Sus ojos eran amarillos, y Julian los miraba con diversión, como si esperara que él fuera el primero en apartar la mano. Las escamas eran como piedras lisas y frías contra la piel de Julian; no eran viscosas, pero sentía que deberían serlas. Julian sostuvo su mano durante unos momentos más antes de soltarlo.

“Eres un brujo,” dijo él.

“Nunca dije lo contrario,” dijo Barnabas. “Y tu eres un cazador de sombras.”

Julian suspiró y se recolocó la manga en su lugar. “Supongo que no tenía mucho sentido ocultarlo.”

“Ninguno en absoluto,” dijo Barnabas. “La mayoría de nosotros puede reconocer a un nefilim a simple vista, y además, el joven señor Rook ha sido la comidilla de la ciudad.” Miró a Kit con sus pupilas hundidas. “Siento lo de tu padre.”

Kit lo aceptó con una ligera inclinación de cabeza. “Barnabas posee el Mercado de las Sombras. Al menos es el dueño de la tierra en que se encuentra el Mercado, y cobra el alquiler de los puestos.”

“Es verdad,” dijo Barnabas. “Así que entenderás que estoy hablando en serio cuando os pido que os vayáis los dos.”

“No estamos causando ningún problema,” dijo Julian. “Hemos venido aquí por negocios.”

“Los nefilims no «hacen negocios» en el Mercado de las Sombras,” dijo Barnabas.

“Creo que los encontrarás haciéndolo,” dijo Julian. “Un amigo mío compro flechas aquí no hace mucho. Resultaron envenenadas. ¿Alguna idea acerca de esto?”

Barnabas le dio con su dedo regordete. “Esto es lo que quiero decir,” dijo él. “No se pueden apagar, incluso si lo quieres, este pensamiento te provoca hacer preguntas y hacer las reglas.”

“Ellos hacen las reglas,” dijo Kit.

“Kit,” dijo Julian susurrando por lo bajo. “Esto no ayuda.”

“Un amigo mío desapareció el otro día,” dijo Barnabas. “Malcolm Fade. ¿Alguna idea acerca de esto?”

Había un zumbido que provenía de la multitud. Julian abría y cerraba las manos a los lados de su cuerpo. Si estuviera aquí solo, no estaría preocupado - habría pasado entre la multitud con bastante facilidad y hubiese ido al coche. Pero tenía que proteger a Kit, esto iba a ser difícil.

“¿Ves?” demandó Barnabas. “Por cado secreto que piensas que sabes, nosotros sabemos otro. Se lo que pasó con Malcolm.”

“¿Sabes lo que hizo?” preguntó Julian cuidadosamente, controlando su voz. Malcolm había sido un asesino, había causado una masacre. Mató a subterráneos así como a mundanos. Los Blackthorns no podían ser culpados por su muerte. “¿Sabes por qué sucedió?”

“Lo único que veo es otro subterráneo, muerto en las manos de los nefilim. Y Anselm Nightshade, también, encarcelado por un poco de magia simple. ¿Qué es lo siguiente?” Escupió en el suelo al lado de sus pies. “Hubo un tiempo en el que toleré los cazadores de sombras en el Mercado. Estaba dispuesto a aceptar vuestro dinero. Pero eso termino.” La mirada del brujo se deslizó hacia Kit. “Vete,” dijo él. “Y llévate a tu amigo nefilim contigo.”

“Él no es mi amigo,” dijo Kit. “No soy igual que ellos, soy igual que tu…”

Barnabas estaba sacudiendo la cabeza. Hyacinth estaba mirándolos, sus manos azules acurrucadas bajo su barbilla con sus ojos abiertos.

“Un tiempo oscuro está llegando para los cazadores de sombras,” dijo Barnabas. “Un tiempo terrible. Su poder será destruido, arrojado contra el suelo, y vuestra sangre correrá como el agua a través de los ríos del mundo.”

“Es suficiente,” dijo Julian bruscamente. “Deja de intentar de asustarlo.”

“Pagaréis por la Paz Fría,” dijo el brujo. “La oscuridad se está acercando, y tu estas advertido, Christopher Herondale, de permanecer lejos de los Institutos y de los cazadores de sombras. Escóndete como lo hizo tu padre, y el padre de tu padre. Sólo entonces estarás a salvo.”

“¿Cómo sabes quién soy?” demandó Kit. “¿Cómo sabes mi nombre verdadero?”

Era la primera vez que Julian escuchaba que admitía que Herondale era su verdadero apellido.

“Todo el mundo lo sabe,” dijo Barnabas. “Es de lo que se ha estado hablando en el Mercado estos días. ¿No viste a todo el mundo mirándote cuando llegaste?”

Así que no habían estado mirando a Julian. O al menos no solo a Julian. No era de mucho consuelo, pensó Jules, no cuando Kit tenía esa expresión en su rostro.

“Pensé que podría volver aquí,” dijo Kit. “Tomar el puesto de mi padre. Trabajar en el Mercado.”

Una lengua bifurcada se asomó por los labios de Barnabas. “Nacido como un cazador de sombras, te hace siempre ser un cazador de sombras,” dijo él. “No puedes lavar la mancha de tu sangre. Te lo diré por última vez chico - vete del Mercado. Y no vuelvas.”

Kit retrocedió, mirando a su alrededor - viendo como si fuera la primera vez los rostros volteados hacia él, muchos de ellos perplejos y hostiles, otros con curiosidad.

“Kit-” Julian empezó a extender una mano.

Pero Kit huyó.

Le tomó unos pocos momentos atrapar a Kit - el chico no era bueno tratando de huir; sólo había empujado a ciegas a las personas de la multitud, sin ningún destino. Se había acercado a un puesto enorme que parecía estar medio destrozado.

Era sólo un entramado de tablas ahora. Parecía que alguien lo hubiese destrozado con las manos. En el asfalto estaban esparcidos trozos de madera. Un cartel colgaba torcido en la parte superior del puesto con las palabras impresas ¿PARTE SOBRENATURAL? NO ESTÁS SOLO ¡LOS SEGUIDORES DEL GUARDÍAN QUIEREN QUE SE INSCRIBAN PARA LA LOTERÍA DE FAVOR! ¡DEJA LA SUERTE EN TU VIDA!

“El Guardián,” dijo Kit. “¿Era Malcolm Fade?”

Julian asintió.

“Él fue el que consiguió que mi padre se involucrara en esas cosas de los Seguidores y el Midnight Theater (10),” dijo Kit, su tono era casi pensativo. “Fue culpa de Malcolm que él muriera.”

Julian no dijo nada. Johnny Rook no había sido el mejor, pero el padre de Kit. Sólo tienes un padre. Y Kit no estaba equivocado.

Kit se movió, golpeando con su puño tan fuerte como puedo contra el cartel. Se estrelló contra el suelo. El momento antes de que Kit retirara el puño, hizo una mueca de dolor, Julian vio un destello del cazador de sombras que había en él. Si el brujo no estuviera muerto ya, Julian creía sinceramente que Kit podría haber matado a Malcolm.

Una pequeña multitud los había seguido desde el puesto de Hyacinth. Julian puso una mano en la espalda de Kit, y Kit no se movió para quitársela de encima.

“Vámonos,” dijo Julian. 


(1) Mayal: es un arma, formada por una bola de metal que tiene pinchos en su superficie, esta bola está sujeta a una cadena, y la cadena está sujeta a una vara.
(2) Luceros del alba:  es un arma, concretamente un tipo de maza. La bola está formada por clavos o púas.
(3) Cabujón: estilo de talla de gemas, es como una gema o piedra pulida de forma redondeada.
(4) Machaera griega: un arma para cortar, fuera un cuchillo o una espada.
(5) Viking spatha: espada estrecha y larga.
(6) Zweinhänder: es una gran espada usada principalmente en la época renacentista. Conocida en el español con el nombre Mandoble.
(7) Bokken: espada de madera usada para el entrenamiento, a veces tiene el mismo tamaño y forma que las katanas.
(8) Kentarchs: Centuriones.
(9) Metrolink: estación de tren en Los Ángeles.
(10) Midnight Theater: Teatro de Medianoche.